El dolor en la Semana Santa

El dolor ha sido siempre un misterio, desde tiempos inmemoriales. Aunque los tiempos inmemoriales son por definición imposibles de recordar, es una conjetura plausible: dolor y ser humano han sido un matrimonio conflictivo pero unidos desde el principio. Naces con dolor y te mueres con dolor. El dolor es una constante incomprensible y repulsiva en nuestras vidas. Reitero lo de repulsiva, en un sentido natural. Todo el mundo aparta la mano del fuego cuando nota que se va a quemar.

La Iglesia Católica decidió hacer del dolor una fiesta: el Viernes Santo es una celebración de la pasión de Cristo. Pasión viene de passio, en latín, que a su vez viene de pathos griego, y que para nosotros significa sufrimiento. Y si algo no les cuadra, pueden ver la película La Pasión (2003) de Mel Gibson, donde no hay duda alguna de que eso que nosotros llamamos pasión, fue padecimiento, del cuerpo y del alma.

La Iglesia cree que el sufrimiento con un sentido, con una meta, es motivo de alegría. El Viernes Santo es sólo el inicio del fin de semana, que termina con el Domingo de Resurrección. Es cierto que la celebración del Viernes Santo no es de las más alegres: el feligrés ayuna, acude a una ceremonia en la Iglesia, sobria, sin celebración de la Eucaristía,visita procesiones serias y con figuras con gesto de dolor y se pasa el Viernes meditando el sufrimiento de su Dios.

Dolor y poesía

El Parnaso no es ajeno a esta contradicción. Que el dolor provoque, ya no celebración, sino cierta tolerancia es algo raro, pues los poetas no son menos excéntricos que la Iglesia católica. El dolor debería ser repelido, alejado, pero algunos poetas como Ausiàs March fueron de los pocos que se dieron cuenta de que el dolor va unido al amor: “E la raó que en tal dolor m’empeny/ amor ho sap, qui n’és causa estada” (Y el motivo que me empuja a tal dolor lo sabe el amor, que ha sido su causante); y más adelante, el propio March reconoce que el amor “mescladament ab dolor me delita” (me causa dolor a la vez que me complace). ¿Es March el primer poeta masoquista? No, March valoraba el dolor que Amor le causaba porque eso implicaba también el placer de saberse amante.

Estatua de Ausiàs March (1400-1459) en Gandía

Petrarca, cien años antes, escribía una de las estrofas más famosas de la literatura universal: “Era il giorno ch’al sol si scoloraro/ per la pietà del suo factore i rai,/ quando i’ fui preso, et non me ne guardai/ ché i be’ vostr’occhi, donna, mi legaro” (Era el día en el que al sol se le nublaron/ por la piedad de su hacedor los rayos,/ cuando fui prisionero sin guardarme,/ pues me ataron, señora, vuestros ojos). El poeta toscano describe su enamoramiento en un Viernes Santo, el día que al solo se le nublaron los rayos. Cuando todos celebraban la pasión de Cristo él comenzó a sufrir su pasión particular por Laura: “onde i miei guai/ nel commune dolor si incominciaro” (así mis penas/ en el dolor común se originaron)

March y Petrarca vieron una correlación clara entre el dolor de Cristo y el suyo como amantes. Si la sangre que Cristo había entregado por nosotros era la prueba de su Amor, qué no iban a estar dispuestos a entregar estos dos poetas que sangraron todos sus versos por amor.

Antonio Machado y su dolor

La postura poética que considera el dolor como signo de amor es difícil de mantener en la vida real. Sobre todo, porque, si ya hemos dicho que el dolor es con sentido es el que tiene final feliz, hay pocos dolores felices en la Literatura: nos faltaría tinta para poner por escrito las historias de amor que terminaron mal (sólo con enumerar los fracasos amorosos de Ausiàs March tendríamos una página).

La postura de la Iglesia es asimismo dificilísima de asumir, ya que su final feliz depende de la fe. La resurrección es el acto menos histórico de la vida de Jeuscristo, el que requiere de más confianza en los evangelistas. En cambio, las buenas obras que hizo en vida Jesús son siempre más aceptables, muchos hablan de Jesús como un buen hombre cuyo final fue exagerado y mitificado.

Un precioso poema de Antonio Machado encarna esta duda, se titula Saeta y fue compuesto en 1914:

¿ Quién me presta una escalera
para subir al madero,
para quitarle los clavos
a Jesús el Nazareno?

Saeta popular

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¡Oh, la saeta, el cantar 
al Cristo de los gitanos, 
siempre con sangre en las manos, 
siempre por desenclavar! 
 

¡Cantar del pueblo andaluz, 
que todas las primaveras 
anda pidiendo escaleras 
para subir a la cruz! 
 

¡Cantar de la tierra mía, 
que echa flores 
al Jesús de la agonía, 
y es la fe de mis mayores! 
 

¡Oh, no eres tú mi cantar! 
¡No puedo cantar, ni quiero 
a ese Jesús del madero, 
sino al que anduvo en el mar!

La saeta es un género popular de coplas o canciones flamencas que se cantan en las procesiones de Jueves y Viernes Santo y narran pasajes de la pasión de Cristo. Pues Machado, que estudió el género porque era de su tierra, se decidió a componer una a su estilo. Es todo un canto, doloroso, contra la constante exaltación del sufrimiento que conlleva la Semana Santa española. Y es tanto una crítica social como la expresión de una duda teológica: el dolor es tan difícil de aceptar, incluso aunque sea Cristo el que lo padezca. Y en cambio, qué fácil es cantar al Jesús triunfante, que sobre la mar camina. Hasta un milagro como el de andar sobre las aguas es preferible que el de la resurrección tras el dolor.

Cristo Crucificado de Velázquez (Museo de El Prado)

Unamuno y la Cruz

Miguel de Unamuno, no muy conocido por sus férreas creencias religiosas, produjo un poema a raíz de un cuadro de Velázquez. El famoso Cristo que se encuentra en el museo de El Prado inspiró en Unamuno un largo canto al sufrimiento divino. No cabría aquí el poema completo, pero con gusto os dejo los primeros versos:

¿En qué piensas Tú, muerto, Cristo mío?
¿Por qué ese velo de cerrada noche
de tu abundosa cabellera negra
de nazareno cae sobre tu frente?
Miras dentro de Ti, donde está el reino
de Dios; dentro de Ti, donde alborea
el sol eterno de las almas vivas.
Blanco tu cuerpo está como el espejo
del padre de la luz, del sol vivífico;
blanco tu cuerpo al modo de la luna
que muerta ronda en torno de su madre
nuestra cansada vagabunda tierra;
blanco tu cuerpo está como la hostia
del cielo de la noche soberana,
de ese cielo tan negro como el velo
de tu abundosa cabellera negra
de nazareno.Que eres, Cristo, el único
hombre que sucumbió de pleno grado,
triunfador de la muerte, que a la vida
por Ti quedó encumbrada. Desde entonces
por Ti nos vivifica esa tu muerte,
por Ti la muerte se ha hecho nuestra madre,
por Ti la muerte es el amparo dulce
que azucara amargores de la vida;
por Ti, el Hombre muerto que no muere
blanco cual luna de la noche. Es sueño,
Cristo, la vida y es la muerte vela.
Mientras la tierra sueña solitaria,
vela la blanca luna; vela el Hombre
desde su cruz, mientras los hombres sueñan;
vela el Hombre sin sangre, el Hombre blanco
como la luna de la noche negra;
vela el Hombre que dió toda su sangre
por que las gentes sepan que son hombres.
Tú salvaste a la muerte. Abres tus brazos
a la noche, que es negra y muy hermosa,
porque el sol de la vida la ha mirado
con sus ojos de fuego: que a la noche
morena la hizo el sol y tan hermosa.
Y es hermosa la luna solitaria,
la blanca luna en la estrellada noche
negra cual la abundosa cabellera
negra del nazareno. Blanca luna
como el cuerpo del Hombre en cruz, espejo
del sol de vida, del que nunca muere.

El poema de Unamuno tal vez nos saque de la duda machadiana. Cristo no vino al mundo para eliminar el sufrimiento sino para darle un sentido: “Desde entonces por Ti nos vivifica esa tu muerte”

Jaime A. Perez Laporta

Graduado en Humanidades por la UPF, profesor y poeta de la derrota. Redactor en este gran proyecto de EsPoesia. La literatura es fundamental para decir lo mismo, pero mejor