[Spoiler: aquel que no haya leído o visto «El Hobbit» y tenga intención de hacerlo, mejor se abstenga de leer estas líneas].

En toda la obra literaria de J. R. R. Tolkien encontramos –además de otras cosas en las que no nos detendremos– destellos de humildad entre muchos de sus personajes. Pero es en «El Hobbit», concretamente en las últimas lineas de la última página, donde Tolkien da un duro golpe sobre la mesa y sobre sí mismo. Veamos a qué me refiero.

Al inicio de la historia, Gandalf visita a Bilbo Bolsón para comunicarle que formará parte de una expedición, junto a Thorin y el resto de enanos, con la misión de recuperar Erebor, la ciudad bajo la Montaña, de la que Thorin es legítimo heredero, y que se encuentra custodiada por el Viejo Smaug. Son constantes las dudas que genera el hobbit al resto de la compañía, qué utilidad tiene Bolsón, cómo puede ayudar y por qué Gandalf lo ha elegido.

La verdad es que, a lo largo del viaje, la compañía se encuentra numerosos contratiempos de los que en todos, o prácticamente todos, el hobbit se sale con la suya. Aun llegando a salvar la vida de los enanos. Bilbo, cabe decir, es el que reúne mayor valor de todos ellos: se acerca a los trolls para robarles comida; vence a Gollum con acertijos en las tinieblas; no se acobarda y lucha, a pesar de su pequeño tamaño, contra trasgos y huargos; se enfrenta dialécticamente con Smaug, la Más Grande de las Calamidades; libera a los enanos de la prisión de los elfos… ¡y toma la más preciada piedra de los mismos enanos, sus compañeros, para entregarla a hombres y elfos y conseguir, de este modo, que estos lleguen a un acuerdo con los enanos y no se derrame sangre!

Poco se le puede reprochar a Bilbo Bolsón. Pero antes de que todo esto sucediera, canciones populares y profecías predecían lo que iba a ocurrir. Y es al final de la aventura –en las últimas líneas, en la última página– cuando sucede lo siguiente en una conversación entre Bilbo y Gandalf:

–¡Entonces las profecías de las viejas canciones se han cumplido de alguna manera! –dijo Bilbo.
–¡Claro! –dijo Gandalf–. ¿Y por qué no tendrían que cumplirse?¿No dejarás de creer en las profecías sólo porque ayudaste a que se cumplieran? (…).

¿Cómo no iba Bolsón a dejar de creer, a dudar, de todo aquello cuando era él el único responsable de que las cosas hubieran tomado el cauce del éxito? Mas Gandalf, sabio y oportuno como pocos, y con amor incomparable hacia su amigo, no duda en reprocharle:

– (…) Te considero una gran persona, señor Bolsón, y te aprecio mucho; pero en última instancia, ¡eres sólo un simple individuo en un mundo enorme!

Después de todas las actuaciones de Bolsón, la valentía y el coraje, el esfuerzo, la inteligencia y el sacrificio… y algo de soberbia al final, Bolsón es un simple individuo.

Contaba Tolkien años más tarde de la publicación de «El Hobbit» que, para la raza de los hobbits, se inspiró en las personas normales que vivían una vida cómoda alejada de los meandros tormentosos de la vida. Y que de un día para otro se ven abocados a marchar al frente, en primera línea de fuego, pues la Gran Guerra (1914-1919) comenzaba. Las personas normales son como hobbits, individuos acomodados destinados a vivir un viaje inesperado del que sólo con valentía, fe y esperanza, lograrán salir; sabiendo, y no olvidando, que sólo somos polvo y en polvo nos convertiremos.

Toni Gallemí

Colaboro con EsPoesía y Think Tank Civismo. También escribo en mi blog personal «Aurea Mediocritas». Escribo con mis virtudes y defectos. «Bebed porque sois felices, mas nunca porque seáis desgraciados».