Rima LXXIII: Qué solos se quedan los muertos | G. A. Bécquer
¿Qué puede decir un ser humano ante la muerte? La Rima LXXIII define muy bien esa sensación helada que sentimos no sólo ante la muerte, sino ante los muertos. El 1 de noviembre es un día para meditar sobre este tema y para recordar a los que nos han dejado. A veces el poeta es más humano que los demás, cuando tiene que enfrentarse a misterios tan oscuros y dolorosos. Veamos qué nos propone Bécquer.
Poema de Gustavo Adolfo Bécquer, Rima LXXIII:
Cerraron sus ojos
que aún tenía abiertos
taparon su cara
con un blanco lienzo;
y unos sollozando,
otros en silencio,
de la triste alcoba
todos se salieron.
La luz que en un vaso
ardía en el suelo,
al muro arrojaba
la sombra del lecho;
y entre aquella sombra
veíase a intérvalos
dibujarse rígida
la forma del cuerpo.
Despertaba el día,
y, a su albor primero,
con sus mil rüidos
despertaba el pueblo.
Ante aquel contraste
de vida y misterios,
de luz y tinieblas,
yo pensé un momento:
¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!
De la casa, en hombros,
lleváronla al templo
y en una capilla
dejaron el féretro.
Allí rodearon
sus pálidos restos
de amarillas velas
y de paños negros.
Al dar de las Ánimas
el toque postrero,
acabó una vieja
sus últimos rezos,
cruzó la ancha nave,
las puertas gimieron,
y el santo recinto
quedóse desierto.
De un reloj se oía
compasado el péndulo,
y de algunos cirios
el chisporroteo.
Tan medroso y triste,
tan oscuro y yerto
todo se encontraba
que pensé un momento:
¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!
De la alta campana
la lengua de hierro
le dio volteando
su adiós lastimero.
El luto en las ropas,
amigos y deudos
cruzaron en fila
formando el cortejo.
Del último asilo,
oscuro y estrecho,
abrió la piqueta
el nicho a un extremo.
Allí la acostaron,
tapiáronle luego,
y con un saludo
despidióse el duelo.
La piqueta al hombro
el sepulturero,
cantando entre dientes,
se perdió a lo lejos.
La noche se entraba,
el sol se había puesto:
perdido en las sombras
yo pensé un momento:
¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!
En las largas noches
del helado invierno,
cuando las maderas
crujir hace el viento
y azota los vidrios
el fuerte aguacero,
de la pobre niña
a veces me acuerdo.
Allí cae la lluvia
con un son eterno;
allí la combate
el soplo del cierzo.
Del húmedo muro
tendida en el hueco,
¡acaso de frío
se hielan sus huesos…!
| |
¿Vuelve el polvo al polvo?
¿Vuela el alma al cielo?
¿Todo es sin espíritu,
podredumbre y cieno?
¡No sé; pero hay algo
que explicar no puedo,
algo que repugna
aunque es fuerza hacerlo,
el dejar tan tristes,
tan solos, los muertos!
Explicación Rima LXXIII
La Rima LXXIII titulada también «Qué solos se quedan los muertos», por ser la frase central del estribillo, o «Cerraron sus ojos», por ser el primer verso. Este poema de Gustavo Adolfo Bécquer no puede ser más adecuado para un día como hoy.
El poeta nos cuenta la muerte de una niña, quién sabe si la conocía, pero esa muerte le apena profundamente. Durante el poema se van remarcando los versos del estribillo: «¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos!» Una exhortación de lo más visceral, ¿busca una respuesta o solo apela a Dios por tradición? De todas formas, con o sin Dios, un sentimiento de abandono nos turba a todos cuando sufrimos la muerte.
Cuando el cuerpo está vacío de alma, quién sabe si el alma existe, el cuerpo es lo que nos queda, lo que podemos ver de esa persona cuyos gestos y risas son ya un recuerdo. Por eso Bécquer comienza sus versos describiendo el velatorio, o sea, la preparación del cadáver antes de ser enterrado. Hasta cuando no mira directamente, el poeta ve la sombra del cuerpo hierático y sin vida: «y entre aquella sombra/ veíase a intérvalos / dibujarse rígida / la forma del cuerpo»
Se despierta el pueblo, que irá al funeral, qué contraste la vida con la muerte. Qué frío el funeral, la campana dando su último adiós, el sepulturero después abre el nicho donde «allí la acostaron,/ tapiáronle luego/ y con un saludo,/ despidióse el duelo».
Se van todos, los que la querían y los que no, como el sepulturero que abandona el nicho canturreando. Y esa tumba se queda sola, a la intemperie. El frío que hiela, la lluvia y el viento del cierzo, esos son sus únicos acompañantes. El poeta no puede hacer otra cosa que pensar en la pobre niña, en la soledad de su cuerpo sin vida. Por eso termina con unos versos sinceros y auténticos: «¿Vuelve el polvo al polvo?/ ¿Vuela el alma al cielo?/ ¿Todo es, sin espíritu, / podredumbre y cieno?».
A la eterna pregunta sobre la existencia del más allá y el dolor de la pérdida, hay una respuesta que parece evidente: la podredumbre de los cuerpos sin vida. Y sin embargo, el poeta reconoce: «¡No sé; pero hay algo/ que explicar no puedo/ algo que repugna,/ aunque es fuerza hacerlo,/ el dejar tan tristes/ tan solos, los muertos.» A pesar de lo evidente, hay algo que explicar no podemos.
Pocos, pocos poetas han expresado tan bien esa sensación contradictoria, todos hemos de abandonar a los difuntos en sus tumbas, y sin embargo, qué solos se quedan, qué ganas de permanecer con ellos más tiempo. Por eso existen estos días de noviembre, en los que les recordamos e intentamos recuperar su compañía, ojalá el alma esté en el cielo.
Análisis formal
Tema y estructura
Después de la extensa explicación realizada, no cabe duda de que el poema trata de la muerte, pero de una forma muy novedosa: trata de la muerte a partir de un sentimiento de abandono que le suscita un cadáver.
Por eso, se puede identificar una estructura muy clara: del verso 1 al 24, es decir, durante las tres primeras estrofas, se describe a la niña muerta. Con todo lo que ello implica: es decir, todos los sentimientos que suscita en el poeta la visión de esa niña amortajada. Y el pueblo se despierta para ir al entierro: contraste de muerte y vida.
Durante las siguientes tres estrofas, vv. 27-50, se describe la disposición del cuerpo en la capilla ardiente. La visión del poeta en esa iglesia lúgubre, entre gente triste y de luto. El final del funeral.
Los versos que siguen, del 53 al 76, cuentan el entierro de la niña en el nicho que le corresponde, incluyendo la actitud indiferente del sepulturero.
Las últimas tres estrofas, vv. 79-104, primero exponen la soledad del cuerpo en la tumba, en un cementerio donde hace frío y cae la lluvia. Y se culmina con una reflexión profundísima sobre la muerte.
Composición poética: Estrofa, métrica y rima
Lo primero que hay que tener en cuenta es la estrofa y la métrica, la primera se refiere al número de versos de estrofa (lo que sería el equivalente al párrafo en prosa) y la segunda se refiere al número de sílabas que tiene cada verso.
Es bastante pedagógico imaginarlo como una muñeca rusa: estrofas, versos, sílabas. Según el número de versos, será un tipo de estrofa; según el número de sílabas, será un tipo de verso. Un tercer aspecto que hay que tener en cuenta es la rima, o lo que es lo mismo, las últimas sílabas de cada verso, la última fase, la muñeca más pequeña.
El poema está compuesto por la estrofa llamada octavilla, que consiste en agrupar ocho versos de arte menor, es decir, versos de menos de nueve sílabas. En este caso, Bécquer utiliza hexasílabos, es decir, versos de seis sílabas. El poeta introduce un par de versos que se van repitiendo a modo de estribillo después de cada tres de estas estrofas: «¡Dios mío, qué solos/ se quedan los muertos!».
Normalmente repite el octavo verso de esa tercera estrofa para introducir el estribillo: «yo pensé un momento:». Sin embargo, en la última estrofa, a modo de conclusión puede comprobarse que se termina con un estribillo modificado: «el dejar tan tristes,/ tan solos, los muertos».
La rima es asonante en los pares y libre en los impares. Para entenderlo bien, hay que recordar que la rima consiste en hacer coincidir sonidos entre dos palabras a partir de la última vocal acentuada —última vocal de la sílaba fuerte de una palabra. Es decir, que han coincidir sonidos de dos palabras a partir de esa vocal. Esa coincidencia puede ser solamente de los sonidos vocálicos, entonces es rima asonante; o de los sonidos vocálicos y consonantes, entonces es rima consonante.
En este caso, la rima es asonante, ya que solamente coinciden los sonidos vocálicos, por ejemplo, de la palabra «hacerlo» y la palabra «muertos». De los versos impares se dice que tienen «rima libre» porque no hay una coincidencia de sonidos como las dos que se han descrito anteriormente (consonante o asonante).
Una vez comprendido cuál es la estrofa (octavilla con un estribillo), cuál es la métrica (versos hexasílabos) y el tipo de rima (asonante en los pares y libre en los impares), corresponde determinar qué composición poética es. Es decir, qué conforma todo en su conjunto: podemos decir que el uso de octavillas no es del todo típico, ya que no usa la rima abba. Y la rima es propia de los romances, que es una composición poética muy usada durante la Edad Media y muy repetida por los poetas románticos.
Sin embargo, el autor insiste en agrupar estrofas de ocho versos, cuando los romances tienen un número indefinido. Además, el protagonismo del estribillo recuerda a la letrilla o al villancico. Sin embargo, la letrilla repite el estribillo al final de cada verso y solían ser composiciones satíricas. El villancico era una composición poética con un sentido religioso o folclórico.
En este caso, Bécquer hace un retrato costumbrista, de un hecho concreto: la muerte de una niña; y a partir de ahí extrae una reflexión profunda que, si roza lo religioso, es para desafiarlo. Por tanto, habría que dejar el tema de la composición poética de lado y pensar que el autor incluyó este poema como una rima más. Para él, como para otros autores anteriormente, sus poemas eran rimas. Este poema, en concreto, es una rima más de su obra Rimas y leyendas.
Figuras retóricas
Hay varios hipérbatos, es decir, la figura que consiste en el desorden sintáctico. Por ejemplo, en los versos 27 y 28 «de la casa, en hombros,/ lleváronla al templo»; o el de los versos 35 y 36: «Al dar de las ánimas/ el toque postrero»; o también el de los versos 65 al 66: «Allí la acostaron,/ tapiáronle luego,/ y con un saludo,/ despidióse el duelo». O el del verso 100: «que explicar no puedo».
También deben señalarse los diversos paralelismos: del verso 22 al 23 «de vida y misterios/ de luz y tinieblas»; el de los versos 47 y 48: «Tan medroso y triste, tan oscuro y yerto»; o el de los versos 95 y 96: «¿Vuelve el polvo al polvo?¿Vuelve el alma al cielo?»; estos tres paralelismos con anáforas incluidas (repetición de una palabra al principio de cada verso). Se observa el paralelismo, no sólo por la repetición de la palabra inicial, sino por la repetición de la estructura sintáctica de toda la frase. Otros paralelismos son el de los versos 33 y 34 «de amarillas velas/ y de paños negros», o del 53 y el 61: «de la alta campana/ del último asilo».
Hay una hipérbole en el verso 86: «Allí cae la lluvia/ con un son eterno», es una exageración ya que no se espera que una lluvia eterna exista ni que produzca por tanto un son eterno. Y también una elipsis: «la piqueta al hombro/ el sepulturero», se ha omitido claramente el verbo «tenía» o la preposición «con» por una cuestión de métrica seguramente. Se pueden observar también dos epítetos: en el verso 4 «con un blanco lienzo»; o en el verso 33: «de amarillas velas».
Hay antítesis, por ejemplo, en los versos 22 y 23: «de vida y misterios, de luz y misterios». Podemos observar una sinécdoque en el verso 63 cuando se dice: «Abrió la piqueta/ el nicho a un extremo». Es la piqueta la herramienta del sepulturero, y se entiende que es él y no su herramienta la que abre el nicho. Hay una metáfora cuando se habla en el verso 54 de «la lengua de hierro» para referirse al badajo de una campana. En estos versos justamente hay una personificación de la campana cuando se dice que «le dio volteando/ su adiós lastimero» (vv. 55-56).
Las interrogaciones y las exclamaciones, usadas en la última estrofa son una exhortación, es decir, una apelación al lector o a Dios, para obtener una respuesta, con un fin retórico, obviamente. En otras palabras, Bécquer no estaba esperando respuesta. En concreto, un final tan exhortativo y exclamativo se considera un recurso aparte. Cuando es al final, este tipo de texto exhortativo se llama epifonema.
Tópicos literarios
En cuanto a los tópicos literarios que este poema contiene, se han de considerar los más frecuentes cuando se habla de la muerte: vanitas vanitatis , sic transit gloria mundi o memento mori. Es obvio que la lectura de un poema así recuerda al lector que todo en la tierra es vano, nada más hay que leer los primeros versos del poema para concebir la frialdad de la muerte y la insuficiencia de nuestros gestos de luto ante ella. De la misma forma que el lector en ningún momento olvida su muerte mientras lee el poema, se apena por la niña y su soledad, pero es lógico que uno recuerde que ha de morir cuando lee estas líneas.
Sin embargo, es difícil pensar que este poema encaja exactamente con esos tópicos. El autor no pretende recordar al lector la muerte para dar una respuesta religiosa, sino solo para generar esa nostalgia que él mismo sintió ante el cadáver de la pequeña. Como dice en sus últimos versos, «no sé; pero hay algo/ que explicar no puedo». Quizá sea un poema que inaugure un nuevo tópico sobre la soledad de los muertos.
[content-egg module=Amazon template=list]